lunes, 9 de julio de 2007

The End

Difuntos Alma y Daniel,

Es para mí un singular placer escribir para dos muertos, porque sé que no podéis responderme. ¡Hay tanto que los vivos tienen que aprender de los que dejaron de existir! La muerte es bella porque lo pone todo en su sitio.
Alma: cuando escribiste a los 12 años este poema que luego tanto te ha desagradado, no imaginabas que los estertores de la muerte no eran sólo una imagen romántica, sino que los vivirías en carne propia mientras yo apretaba este cuello tuyo del que brotaron tantas mentiras. En ese sentido, la coplilla inmunda ha sido un buen epitafio para una larga y cruel historia de amor: la de la muerte con la vida. Me ha costado años de esfuerzos infiltrarme en el sistema sanitario de esta ciudad para ordenar que te encerraran en el momento justo. Ser aceptado entre el personal ya fue más fácil… ¿quién quiere vivir con locos?

Daniel: tu muerte en las mazmorras de Belgrado ha sido una fiesta para los sentidos. Sobre todo porque ha sido mi propio hijo el encargado de atravesarte con uno de esos ganchos donde se cuelgan las reses en los mataderos. Qué tierno. Mi propio hijo recibió el poema de mis manos y luego se lo mandó a Alma para que se insultara a sí misma.

Y ahora a los dos: la caja fuerte de la que hablaba Alma no tiene ninguna importancia ya para vosotros. Sólo contiene el manuscrito con la letra original de Blue Monday, escrita en el reverso de una cajetilla de tabaco durante el entierro de Ian Curtis. La compré en una subasta a precio de oro antes de asesinar al infeliz que encontraron cerca de Bergen. Olmedo sigue vivo ―siempre lo ha estado― y es quien os ha mandado llamar para que acudáis a vuestra cita con la muerte. Hicisteis de mí un ser monstruoso sin pasado ni futuro, un ente instalado en un presente incierto, que vivía para matar a las víctimas elegidas por vosotros mientras os apoderábais de su fortuna. Así, mientras vuestra riqueza crecía y crecía a la par que vuestras excentricidades, mientras vosotros elegíais para vivir irlas volvánicas y hoteles turcos, yo me fui convirtienmdo poco a poco en vuestro criado y sicario personal, conociendo las mazmorras de la vida de un modo que nunca había pensado. Hasta que un día una percusión singular despertó una parte minúscula de mi pasado. Estaba haciendo cola en correos, atendiendo uno de vuestros encargos, cuando un joven impaciente empezó a martillear en el mostrador el inicio de Blue Monday, la canción de New Order. Eran sólo unos golpecitos, pero bastaron para abrir brecha en mi amnesia y vislumbrar lo que había sido mi vida antes de caer en vuestras redes.
Allí comenzó este final vuestro que ahora, por fin, ha dejado escapar su acorde último.
El de mi libertad.
Es también la del horror que nunca más tendrá quien le gobierne.

lunes, 11 de junio de 2007

Mensaje 4 (crítica literaria con aires negros)

Desconocido inútil:
Es usted un imbécil. ¿No se le ocurre mejor momento para someter a mi juicio, por otra parte modesto y cuestionable, semejante piltrafa poética? ¿De verdad espera usted que pondere el arte de la sinalefa mientras su prisionero, uy perdón, su paciente, se pudre esperando?
"Una noche que sentía / estertores de la muerte...". Unos versos tan poco inspirados como estos, piltrafa humana, escoria apestosa, sólo pueden inspirar náuseas en cualquiera que, como yo, adora a Auden y a Shakespeare, a Virgilio y a Eluart. Seguro que usted, desgracia del sistema solar, piensa que todos ellos son marcas de desodorantes. Mas no, permítame sacarle de su error: son los nombres de quienes debería leer para perfeccionar el arte de la lírica en el que, al parecer, pretende ser alguien, en lugar de molestar a gente atribulada.

Y ahora, vayamos al meollo del asunto:
¿Creía que no me daría cuenta? ¿Pensaría que mi crítica se iba a limitar a la métrica, la horrísona rima o el lamentable contenido de esa coplilla inmunda? ¡He caido desde el principio! ¿Me toma por idiota? Ese poema no es suyo. De dónde lo ha sacado, o cómo ha llegado a sus manos, es algo que sospecho aunque no puedo saberlo a ciencia cierta. ¿Fue Olmedo quien se lo dio? ¿Es usted mismo Olmedo? ¿Qué le ha hecho a mi querido Daniel? ¿Está aún con vida? ¿Aparecerá cualquier día de estos flotando en las aguas de cualquier ciudad europea? ¿Venecia, por ejemplo?

De todas las estupideces que encierra su mensaje, la que más me ofende es que me tome por tonta. Usted sabe muy bien a quién pertenece ese poema. ¡Yo misma lo escribí, Señor ladrón A.! Tenía doce años y el objeto de mis amores se apellidaba Miracle y caminaba como el monstruo Chewaca. Era muy amigo, qué casualidades tiene la vida, de Olmedo, aunque de eso me enteré muchos años más tarde. Fue así como estos versitos lerdos llegaron hasta el señor Olmedo. En el cuaderno que los contenía estaba anotada la combinación de cierta caja fuerte y algunos números de teléfono que terminaron por ser de vital importancia. Lamentablemente, los usuarios a quienes pertenecían están todos muertos. Pero seguro que todo lo que le digo le es familiar.
Sólo me queda por saber qué relación tiene ese poema con mi propia muerte. No soy tan ilusa como para no darme cuenta de que puede quedarme poco tiempo de vida, incluso horas.
Pero, a pesar de todo, Olmedo, quien sea, puede estar convencido de una cosa: moriré matando.
Suya, hasta el último aliento,
Alma

domingo, 3 de junio de 2007

ESTERTORES DE LA MUERTE (A. Casanova)

Distinguida Sra. Alma

Por ser de madre española y padre serbio me ha correspondido ejercer de carcelero de su amigo, que me pide que le mande un mensaje urgente. Lo tengo conmigo, pero como en la carcel las urgencias no las determinan los presos, antes quisiera pedirle un favor. Sé por Daniel que usted tiene mundología y que conoce o ha conocido los círculos literarios. Por eso, antes de nada le pediré su sincera opinión y análisis sobre este poema que he escrito y que considero el mejor de todos los míos. Gracias por adelantado (le ruego que me indique qué podemos hacer con él)

ESTERTORES DE LA MUERTE

Una noche que tenía
estertores de la muerte
soñé que un dios menor me había
abandonado a tu suerte

Que dentro de mis entrañas
soplaba ventisca inerte
y el corazón se me abría
y se volvía más fuerte

Sentía que no sentía
tenía que no tenerte
pensaba qué pensarías
tan lejos y tan ausente

Y una noche que sentía
estertores de la muerte
soñé que casi moría
pero de ganas de verte.

lunes, 28 de mayo de 2007

Mensaje 3

Hasta hoy, mi querido Daniel, no me han entregado tu carta. Podrás comprender la avidez con que me he lanzado a su lectura, pues. Nada más terminarla lo veo todo claro. Tienes razón. Detrás de todo esto no puede estar otro sino Olmedo. Su prepotencia, sus enormes medios económicos, su ira y su venganza. Creo que estamos perdidos, Daniel. Sin embargo, no pierdo nada por probar el juego que propones.
Descifremos, pues, la letra de ese viejo grupo que ya nadie recuerda. ¿Qué podemos perder con ello?
Sin embargo, creo que la clave de toda esta historia comienza un poco antes de la estrofa que tú propones, exactamente en el punto en que dice:

I thought I was mistaken
I thought I heard your words
Tell me how do I feel
Tell me now how do I feel

¿Recuerdas el estado de confusión en que llegó Olmedo antes de que nosotros le inventáramos su nueva vida? ¿recuerdas lo que repetía constantemente?:
—No puedo saber si estoy en lo cierto o cometo un error, no puedo saberlo.
Temblaba, sudaba, era un hombre acabado. De hecho, continúo refrescándote la memoria, ese fue un factor definitivo para nosotros. Creo que fui yo quien te lo dijo:
—Un hombre en su estado no está en condiciones de analizar friamente nuestro trabajo, tendrá que acatar cualquier cosa que hagamos con él.
Cualquier cosa. Entonces no estaba en condiciones. Pero hoy sí, por supuesto.

"Dime cómo tengo que sentirme", dice esa canción, una y otra vez. Es él quien nos lo reclama, ¿te das cuenta? Espera que le digamos cómo debe sentirse después de lo que le hicimos. ¿Estás tú preparado para eso?

Tengo también una teoría respecto a tu estrofa. ¿Recuerdas a Bartimeo Balza?, el venezolano amigo de Monday que siempre afirmó que moriría a los 60 años exactos. Si no recuerdo mal, su cumpleaños es el próximo lunes. Pronuncia su nombre con el acento de su país y tendrás el barco de la canción.

El puerto podrían ser muchos, pero en relación con esta historia sólo puede ser uno: Oporto. Cerca de la torre dos clérigos, en el barrio viejo de la ciudad, Balza solía recalar en el café de un amigo suyo. Un local llamado Cafe da Morte. ¿No ves que todo encaja? Incluso la canción:

Now I stand here waiting

Nos estará esperando allí dentro de una semana. Pero, ¿cómo llegar?

Puede que pienses tú también que estoy loca, pero en este mismo momento ha empezado a sonar por el hilo musical de este sitio infecto la canción de New Order que vive a todas horas en mi cabeza.

Ahora ya tengo claro que Olmedo nos está vigilando. A todas horas.

domingo, 13 de mayo de 2007

SEGUNDA PARTE: Mensaje 2

Prisionera Alma,

Tengo la sensación de que hemos caído dentro de un sueño, con el agravante de que es un sueño ajeno, por lo que sólo quien ha tendido esta maraña a nuestro alrededor puede decidir cuándo vamos a despertar. Albergo horribles sospechas, pero antes debo contarte lo que sucedió tras mi visita al taller OX, el taller de la muerte.

A mi regreso al Hotel Royal me esperaban media docena de policías, que me trasladaron acto seguido a comisaría y de allí al calabozo desde donde ahora se me ha permitido escribirte este correo. Me han comunicado que mi situación es de cárcel preventiva, aunque desconozco lo cargos que penden sobre mí. No tengo abogado de oficio y el embajador no contesta a mis llamadas.

Es una aterradora circunstancia ―en nuestro caso no se puede hablar de sincronicidad― que ambos nos hallemos retenidos tras haber visto los retratos de Mr. Monday, antesala de nuestro juicio sin final, porque me temo que aquí no hay sentencia, sólo castigo.

Coincido contigo en que detrás de esto hay una venganza personal. La celda minúscula amplifica los pensamientos, así que he tenido tiempo de elaborar una hipótesis. Creo que Mr. Monday está muerto y así seguirá por los siglos de los siglos. Sólo ha sido un cebo utilizado por nuestro mayor enemigo, ese ser que precipitamos al abismo y que ahora emerge con todo el rencor que ha criado en las profundidades de la dignidad humana.

Te estoy hablando de Olmedo, Alma, de ese error de cálculo que otorgó a un joven prometedor la única identidad que no podía soportar. Ahora ha regresado, y en el infierno ha aprendido las artes con las que nos va a hacer pagar nuestra loca imprudencia.

Pero existe una posibilidad. Recuerdo que Olmedo era adicto a descifrar letras de canciones. Podía estar horas y horas dando vueltas a un tema de Psychic TV o The Residents. Las bandas malditas han sido su universidad hasta que nosotros arruinamos su mundo con nuestro juego. A través de los herederos de su admirado Ian Curtis nos manda un postrero reto: descifrar el mensaje en clave de Blue Monday:

I see a ship in the harbor
I can and shall obey
But if it wasn't for your misfortunes
I'd be a heavenly person today


Piensa, Alma, piensa. Tenemos sólo esa oportunidad para salir del hoyo. Si no logramos dar con la respuesta en un plazo razonable, palmaremos. Veo mi cuerpo en descomposición en esta misma cárcel, de la que no saldré ni vivo ni muerto, mientras Olmedo celebra nuestro fin rescatando del olvido su disco favorito del punk patrio. Recuerda. La banda se llamaba Último Resorte y su canción más celebrada rezaba:

Todo ahora son coronas para aquellos que dejaron de existir…

lunes, 7 de mayo de 2007

SEGUNDA PARTE: Mensaje 1

Querido Daniel, te escribo aterrorizada, víctima de una profunda conmoción.

Te debo, ante todo, una disculpa. A ti y a todas aquellas personas -me es imposible siquiera imaginarlas- que pudieran haber resultado perjudicadas a causa de mi desaparición. Ya sé que estás preguntándote qué causas puede tener mi silencio de las últimas semanas, que empezó en el mismo momento en que puse los pies en la capital francesa. Eso es, precisamente, lo que deseo explicarte, hasta donde me sea posible hacerlo.

A mi llegada e recibió una de esas finas lluvias que hacen de París lo que se espera de ella. Había reservado en el Ritz mi habitación de siempre. A pesar de los parabienes del director del hotel, que siempre se demora demasiado en hacerme saber lo mucho que se alegra de volver a verme, conseguí dejar allí mi maleta y salir con prontitud en dirección al café del que te di noticia en mi última misiva. Tomé un taxi, soporté durante veinticinco minutos el endiablado tráfico parisino y descendí frente a una puerta art-déco ligeramente entreabierta, detrás de la cual brillaba una luz tenue y se escuchaba una música.

Empujé la puerta y me enfrenté a un espectáculo insólito que, sin duda, no necesito describirte. Lo que vi allí fue la misma bombilla desnuda y mortecina que tú encontraste en tu cita, las mismas fotografías colgando de un hilo de cobre y la misma soledad. Nadie me esperaba en aquel lugar, salvo todas aquellas imágenes colgando del techo a una distancia suficiente de mis ojos como para que pudiera apreciarlas sin dificultades. Enseguida reconocí la música que estaba sonando: era el Concierto para violoncello y orquesta de Elgar, en la versión inerpretada por Jacqueline du Pré. Este detalle, el de esa música y el de esa versión en concreto, que tanto tiene que ver con cierto momento de mi vida, me bastó para saber que quien había preparado todo aquello me conoce muy bien. Pero no sólo eso: al llegar al final de la estancia reconocí, en un lugar bien visible, y en cierto modo aislado del resto de la escenografía, una fotografía mía de hace más de veinte años. No hace falta que te diga que verme allí, en mitad de todas aquellas personas que dejaron de existir, me heló la sangre. Debí de sufrir un choque, un desmayo, una bajada de tensión, no lo sé con crteza. Lo único que sé es que la visión de ese retrato mío en una época pasada y feliz es lo último que recuerdo de aquella tarde. Cuando desperté, me encontraba en el hospital desde el que te estoy escribiendo esta carta y habían transcurrido más de tres semanas.

Me han despojado de todo. No sé dónde están mis ropas, ni mis objetos personales, ni mi teléfono. Cuando los reclamo, se limitan a sonreír. Me muero de desconsuelo sin mi libreta de notas, necesito escribir más que respirar o comer, pero cuando se lo digo a mis guardianes me dicen que eso deberá decidirlo el médico. Sin embargo, aquí no parece haber ningún médico. De los demás pacientes, apenas he tenido noticia. De vez en cuando oigo voces en la habitación contigua o escucho el sonido de una camilla que se acerca. Hace algunos días coincidí con una mujer en la enfermería, pero tampoco pronunciaba palabra. Por su modo de mirarme cuando le deseé un buen día comprendí en el acto el lugar horrible donde me encuentro: una clínica mental.

Te estoy escribiendo desde uno de los despachos vacíos de las enfermeras, aprovechando la hora en que salen a desayunar (hace días que mi única ocupación es observarlas en silencio). No tengo la menor idea de lo que está ocurriendo, pero la hipótesis que más cuerpo cobra en mi cabeza es la de la venganza: por la razón que sea, alguien a quien otorgamos una identidad falsa, desea hacer lo mismo con nosotros. A mí, al parecer, me ha correspondido la de la loca sin tratamiento posble. Me pregunto cuál será la que ha elegido para ti, querido Daniel.

Si todavía estás en condiciones de leer estas líneas, si no te ha ocurrido nada todavía, como temo, te ruego que hagas cuanto esté en tu mano para sacarme de aquí cuanto antes. No vengas en persona: podría ser demasiado peligroso. Dios, ni siquiera sé qué debo pedirte que hagas. Sólo confío en que a ti se te ocurra algo.

Oigo unos pasos que se acercan. Lo siento, tengo que dejarte. Me han descub

lunes, 16 de abril de 2007

Mensaje 11

Querida Alma,

Tengo sobradas razones para creer que nos hallamos en grave peligro. Que en un lado de la tarjeta que te fue entregada hubiera la dirección de Belgrado es la prueba, más aún después de lo que te voy a contar. Por cierto, ¿qué o quiénes te esperaban en ese café de la Rive Gauche parisina?

Por mi parte, vas a saber quiénes había en este insólito taller en la capital de Serbia.

Tal como rezaba la invitación, me presenté este martes 13 a medianoche en la Plaza Nikola Pasic. Como no es precisamente pequeña, estuve dando vueltas un buen rato buscando el Taller XO, hasta que un joven pálido como la cera me interceptó. Tras ponerme la mano en el hombro, dijo algo como:

Idemo u atelieru.

Lo que significa simplemente «Vamos al taller». Sólo llegar allí, un local húmedo y oscuro situado en un callejón cercano, supe que significaba «XO». Si tomas estas siglas y las pones en vertical, obtendrás una bonita calavera, como las decenas que me recibieron en el pasillo de entrada. Estaban colgadas en ambas paredes, iluminadas por una luz cenital que no supe de donde brotaba.

De repente, la puerta se cerró a mis espaldas y el guía despareció. Atravesé solo el pasillo de las calaveras hasta llegar a una sala cuadrada donde había un laboratorio de revelado fotográfico. Pero no una de estas máquinas automáticas que se utilizan ahora, sino dos largas mesas con cubetas llenas de líquido, una vieja ampliadora y algunos cachivaches más que no supe identificar.

No había nadie. Sólo yo, que me preguntaba dónde estaría Mr. Monday o quien había usurpado el nombre que le dimos (¿o debería decir vendimos?)

Por encima del equipo de revelado, de un hilo de cobre colgaban una veintena de fotografías que se estaban secando. Allí había la misma luz mortecina que en el pasillo, pero bastaba para ver las imágenes. Supongo que era un efecto buscado.

Antes te he dicho que estaba solo. No es exacto decir eso. Me observaban desde las fotografías una espléndida colección de fantasmas: todas aquellas personas que perdieron su identidad gracias a nosotros. Las imágenes eran anteriores a que les proporcionáramos su nuevo envoltorio personal. Me pareció que estaban todos a excepción de uno: Mr. Monday.

Al constatar eso, no quise esperar más acontecimientos y salí huyendo del OX, que ahora sé que es el taller de la muerte. Por suerte, sólo tuve que empujar la puerta que se había cerrado para encontrarme nuevamente en la calle. Nadie apareció ni me persiguió. Al parecer, quien se hace pasar por Mr. Monday sólo deseaba que viera aquello. Nada más.

Vuelvo a estar en el Hotel Royal. Me resisto a marchar de esta ciudad, aunque tampoco sé por qué. Supongo que quiero llegar hasta el final de todo esto.

¿Y tú, dónde estás, Alma?

Tu asustado,

Daniel

lunes, 9 de abril de 2007

Mensaje 10


No te vas a creer ni la mitad de las cosas que debo contarte a toda prisa, antes de tomar mi vuelo a París.
Anoche, al llegar a mi vagón de primera clase del tren "Flecha roja", que une San Petersburgo con Moscú, se acercó a mí una camarera vestida —de un modo algo ridículo, debo reconocer— con un traje regional, y murmuró junto a mi oído unas palabras:
—¿Miss Alma?
Asentí inmediatamente.
—This is for you —dijo, entregándome un sobre.
Le pregunté quién se lo había dado antes de salir al andén para tratar de localizar al misterioso emisor, pero no tuve suerte. En el andén no había nadie, salvo esos esquinados empleados de la compañía ferroviaria rusa, siempre de tan mal carácter, y la locomora rugiente del expreso. En cuanto a la camarera, no hubo forma de que volviera a hablar en inglés, ni siquiera con un acento indescifrable, en todo el camino.
Te preguntarás qué había en el sobre, y esta es la parte de mi historia que va a helarte la sangre. En el sobre sólo encontré, mi querido Daniel, un pequeño pedazo de cartulina blanca (algo arrugada y con una pequeña mancha oscura en la esquina superior derecha) donde alguien había escrito algo por ambos lados. En uno de ellos, pude leer el nombre de ese lugar al que dices dirigirte:

Galería XO
Belgrado


Por el otro lado, en cambio, encontré otra dirección, si es que podemos considerar que lo primero lo es:

Cafe Latin 23
Rive Gauche
Paris

¿Qué te parece? ¿Tú crees que alguien orquesta nuestros destinos para que estemos en al mismo tiempo en estos dos lugares, cuyo precido desconozco por completo? Si es así, ¿hay algún ojo que nos ve sin que nosotros podamos ni siquiera sospechar a quien pertenece?
Lo cual, querido mío, me lleva a formularme una pregunta mucho más inquietante todavía: ¿Tantas facultades habremos perdido en estos años que somos incapaces de saber qué se teje a nuestro alrededor?
Sea como sea, mi vuelo a París sale en media hora. Te escribo esto desde una conexión a Internet del aeropuerto, donde —no sé por qué razón— siento que hay mil ojos vigilándome.
En menos de cinco horas estaré en ese café de mi barrio favorito de la capital francesa. También ese lugar conserva parte de mi corazón y un buen número de recuerdos memorables que, sin duda, me reservaré para una mejor ocasión.
Temo que a mis espías, que sin duda son también los tuyos, les gustaría demasiado conocer mis secretos. Y estos, por ahora, te los reservo sólo a ti, Daniel. Siempre que te hagas acreedor de ellos, por supuesto.

Tuya y fugaz siempre,

Alma
P.S. Espero que no se te haya escapado un detalle: la mancha de la esquina superior derecha de la cartulina era oscura. Podría ser café. O sangre.

lunes, 2 de abril de 2007

Mensaje 9

Querida y fría Alma,

Te escribo desde un ordenador desvencijado del Hotel Royal de Belgrado. No te dejes engañar por la pompa del nombre: en realidad es un establecimiento de los años setenta en el más puro realismo socialista. Desde aquí he leído tu misiva, que abre más interrogantes de los que soy capaz de asumir.

Del desgraciado final de Pigariov sólo me consuela pensar que ya estaba condenado de antemano. De hecho, todos lo estamos, pero él ya veía el telón cerca cuando contactaste con él para recabar datos.

«Tu cosa está en París», dices que dijo. ¿Te refieres a la tarjeta de memoria de Mr. Monday? Entonces, ¿qué haces tú en San Petersburgo y qué hago yo en Belgrado? En mi caso, al menos puedo responder a esa segunda pregunta: he venido para la inauguración del taller de Mr. Monday esta medianoche. Un evento que promete ser extraordinario, sobre todo porque quien lo convoca lleva semanas muerto.

Pero no quiero darle ahora vueltas a esto. Sabrás lo sucedido en el próximo mensaje, si tengo la posibilidad de escribirlo. Mientras hago tiempo (son las ocho de la tarde y el bar del hotel ya está lleno de borrachos), voy a describirte el extraño mundo que es Belgrado.

Esta es una ciudad menos gris de lo que me imaginaba, tal vez porque tiene un espléndido parque y porque la «L» que forman el Saba y el Danubio sirve para oxigenar tanto hormigón. Piensa que prácticamente no queda nada antiguo, porque durante la Segunda Guerra Mundial la antigua capital de Yugoslavia quedó como un solar. Recibió el último castigo en 1999, cuando la OTAN bombardeó los edificios oficiales durante 72 días seguidos. Ocho años después, muchos de ellos siguen en ruinas como monumentos a la desidia.

Por lo que he podido ver, pese a todo Belgrado destila energía y juventud. Todavía se nota que fue la capital de una potencia. Esta mañana he estado paseando por el llamado Silicon Valley, una calle de moda donde todas las mujeres tienen tetas de silicona; también por el barrio bohemio y por las barcazas del río, que acogen bares con música francamente desagradable. La estrella local es una tal Ceca, la viuda de un capitoste de la guerra que hoy es la «reina del turbofolk». Dejo la descripción de ese estilo musical a tu imaginación.

Aunque son eslavos, la gente aquí es bastante morena. Los serbios se parecen más a los griegos que a los rusos, para entendernos. Y, como los primeros, tengo la impresión de que son muy hospitalarios. En qué consiste exactamente esa hospitalidad tal vez lo descubra a medianoche en la galería XO (por cierto, no sé qué significarán esas iniciales).

Empiezo a pensar que nunca debería haber abandonado el volcánico refugio de mi isla. ¿Tú también crees que me he precipitado al venir?

Tuyo (por ahora),

Daniel

lunes, 26 de marzo de 2007

Mensaje 8

Te sorprendera saber en que he ocupado las primeras horas del dia de hoy. Pero primero debo ponerte en antecedentes. Poco despues de mi ultima carta, tome el primer avion Estambul-Moscu. Una vez en la capital rusa, busque un taxi que, a toda velocidad, atravesara el escaso trafico de la magnifica avenida Gorki (es el nombre antiguo, lo se, pero yo soy una romantica), hasta dejarme en la estacion de tren de San Petersburgo. Seguro que recuerdas aquel viejo vestibulo presidido por la expresion enfurrunada de Lenin. Habia tenido la precaucion de reservar una plaza en el tren Flecha Roja, que hace unas nueve horas me dejo en la ciudad mas inverosimil y mas hermosa del mundo.
Te preguntaras que estoy haciendo en San Petersburgo. Pues bien, mi primera respuesta tal vez te parezca rocambolesca: he venido hasta aqui a escuchar el hielo. Es lo mismo que hice poco despues de que nuestra sociedad laboral se desintegrara. Tambien era marzo, y el rio Neva tambien ofrecia el espectaculo del que yo he podido disfrutar de nuevo esta manana, despues de tanto tiempo.
Me he sentado en un diminuto malecon frente a la Fortaleza de Pedro y Pablo, en un lugar privilegiado situado en mitad del caudal del rio, con el Palacio de Invierno a la derecha y la elevada aguja del castillo a la inzquierda, y he pasado cerca de dos horas observando las planchas de hielo bajar por el rio en direccion al Golfo de Finlandia. Es maravillosa la paz que puede transmitir este espectaculo. El silencio, solo interrumpido con el lejano bramido de los coches, es magnifico. Es el mismo silencio que, dicen, reinaba aqui cuando se fundo esta ciudad, cuando solo habia hielo y quietud. Y a mi ambas cosas me ayudan a pensar. Eso he hecho, te decia, mientras observaba el espectaculo de los reflejos en las aguas y escuchaba el crepitar de los cristales de hielo junto a mis pies.
Luego he ido a ver a mi amigo Alexi Alexandrovich Pigariov. Es posible que tambien te acuerdes de el, aunque estaba mucho mayor que la ultima vez que le viste y mucho mas enfermo. A pesar de ello, seguia poseyendo una mente clara y despierta y una memoria prodigiosa, prolongada (nunca corregida) en su extenso archivo. Le he invitado a desayunar al Literaturii Cafe, un lugar recoleto en plena Avenida Nevsky donde, dicen, tomo su ultimo bocado Pushkin antes de salir hacia el duelo con D'Anthes. El duelo donde murio, naturalmente. Me temo que Pigariov sabia muy bien a que se arriesgaba citandose conmigo, y es por eso que ha querido imprimirle a esta cita un aire novelesco y tragico, propio del amante de la buena literatura que siempre fue.
Sentados a una de las mesas con mantel verde del Literaturii, me ha confesado que le quedaban apenas unas semanas de vida y que se estaba planteando muy seriamente la posibilidad de adelantarse a este pronostico de su medico. Antes de darme la informacion que yo le pedia ha anadido:
-Solo te lo cuento para que sepas que las casualidades no existen, querida.
En cuanto a lo que habia ido a buscar, no me ha decepcionado en absoluto. Me ha facilitado la ultima direccion de Mister Monday. No esta en Bergen, por cierto, como podiamos inclinarnos a pensar, sino en otra ciudad que me reservare por el momento, para mantenerte en algo de suspense. Tambien le he preguntado, naturalmente, por el destino de mi tarjeta de memoria, aquella que se perdio en el correo, y aunque no sabia nada, me ha prometido realizar ciertas averiguaciones nada mas llegar a casa.
-Te llamare -ha dicho-. Supongo que, como siempre, habras reservado en el Gran Hotel Europa.
Que bien me conoce y que poco ha cambiado mi viejo Pigariov.
He paseado un rato hasta la Plaza de las Artes y me he entretenido visitando la coleccion del museo ruso. He pasado un buen rato frente al cuadro La cena, de Leon Bakst. Me ha parecido que lo habia visto alguna otra vez en otro lugar, pero no he sido capaz de precisar donde. Sea como fuera, esa mujer enlutada esperando sola, con un abanico en la mano, sentada a la mesa, me ha recordado tanto a mi que he tenido que terminar alli mi visita y regresar a mi hotel, y no precisamente de buen humor.
En recepcion me esperaba un mensaje de Pigariov. Estaba anotado en un papelito, en alfabeto cirilico, y he precisado traduccion del amable (incluso demasiado, estos hoteles caros es lo que tienen) y joven conserje:
'Tu cosa esta en Paris', decia la nota.
He debido quedarme meditando un segundo y cuando he vuelto al mundo real el empleado estaba tendiendome la llave de mi habitacion con ese porte de profundamente desgraciados que tienen aqui todos los conserjes. Solo sonrien los que cobran verdaderas fortunas por procurar la felicidad del visitante. Y el visitante de San Petersburgo, ya se sabe, puede ser facilmente un ser muy necesitado de sonrisas.
Antes de acostarme, he decidido llamar a Pigariov para agradecerle la informacion y desearle buenas noches, pensando que a la gente refinada le gustan esta clase de detalles. No ha contestado al telefono. He insistido mas tarde, con el mismo resultado. Inquieta, he decidido acercarme hasta su casa. Era tarde y no es muy seguro caminar por la Nevsky a altas horas, pero he preferido arriesgarme. Al llegar alli, he tropezado con el cordon policial y con las malas caras de los vecinos. Un jovencito que hablaba un ingles rudimentario ha sido quien me ha dado la noticia.
-Murdered -ha dicho, adoptando con una mano la forma de una pistola. Y por si fuera poco ha anadido: -Shot. Poum!
Lo cual demuestra que la proverbial agudeza de Pigariov le habia llevado, una vez mas, hasta la pista correcta.
Espero no haberte amargado el viaje con esta historia, querido.
Tuya,

Alma

P.S. Por cierto. Dejo el romanticismo para otra ocasion y comienzo a escribirte por correo electronico. Solo asi nos mantendremos en contacto.

domingo, 18 de marzo de 2007

Mensaje 7

Desconcertante Alma,

Me he quedado sin habla al leer tu mensaje. Jamás habría imaginado que había sucedido algo entre tú y Mr. Monday, y menos todavía que compartierais dos semanas en una casa del Ampurdán. ¿No es algo extraño amar a alguien a quien has dado una nueva identidad? Puesto que él era sobre todo creación tuya, debió ser como amarte a ti misma. Todo un alimento para tu vanidad, que no conoce límites.

Puesto que me pides acción, te comunico que este náufrago ha abandonado la seguridad de su isla y se dirige hacia la vieja Europa. También tú te has puesto en movimiento, así que quizá nos crucemos en el cielo en busca de nuestro incierto destino. Desconozco cuál es el tuyo, pero yo te escribo esta misiva desde el aeropuerto JFK de Nueva York, donde espero un vuelo que me ha de llevar a Belgrado.

Debes de preguntarte qué se me ha perdido en la capital de la extinta Yugoslavia, un polvorín en el que la mecha todavía chispea. Puesto que no me gusta ser críptico, te contaré el motivo de este viaje inesperado. Recibí en mi apartado de correos de Montserrat ―lógicamente bajo una identidad falsa― esta enigmática invitación:

«MR. MONDAY LE INVITA A LA INAUGURACIÓN DEL TALLER XO EL PRÓXIMO MARTES 13 DE DICIEMBRE EN BELGRADO, SERBIA. SALIDA A MEDIANOCHE DESDE LA PLAZA DE NIKOLA PASIC. SE RUEGA NO CONFIRMAR LA ASISTENCIA.»

Al leer este mensaje sentí que despertaba de un largo y pesado sueño. De repente supe que tenía que acudir. Sin más espera, hice una maleta con un par de mudas y llamé un taxi que me llevó al aeródromo, donde tomé la primera avioneta hacia Antigua. Desde allí he volado al JFK, donde ya calienta motores un viejo avión de las líneas yugoslavas. ¿Te seduce el plan?

Lejanamente tuyo,

Daniel

lunes, 12 de marzo de 2007

Mensaje 6

Típico de ti, Daniel, querido: te cuento algo terrible que me está ocurriendo y tú respondes con los resultados estadísticos de los suicidios en Europa. Pues sí, debo confirmarte que, a los ojos de todos, Hassan, el amable funcionario de correos que solía atenderme en mis visitas, engordó las estadísticas hace apenas unos días. Sin embargo, tengo motivos para creer que no fue así, y confío en que también tú te des cuenta a menos que analices la situación con frialdad y algo de sentido común.

Han ocurrido algunas otras cosas, que por ahora no pienso contarte. Podría decirte que estoy recibiendo anónimos, pero lo mismo puedo despertar en ti las ganas de informarme acerca de qué tanto por ciento de la población recibe o escribo este tipo de misivas. Seguro que son más de los que imagino. También tengo la impresión que me vigilan desde el otro lado de la calle, pero temo que a este dato pueda tu crueldad contraatacar con cifras acerca de la esquizofrenia que se padece en los países musulmanes, o cualquier otro sin sentido similar.

Por todo ello, me limitaré a informarte de que he decidido marcharme. No pienses que abandono la investigación o que huyo: nunca ha sido mi estilo. Sólo pongo a salvo mi pellejo a la vez que intento hacer algo útil que arroje un poco de luz sobre el desventurado míster Monday y todo este asunto del suicidio. Lo único que quiero que tengas muy claro es que no actúo por impulsos, como algunas veces llegaste a reprocharme, sino que tengo motivos fundados para obrar de este modo. Motivos que no voy a revelarte, naturalmente.

Sólo deseo informarte de algunos detalles antes de dar por terminada esta carta. Al pie encontrarás un apartado postal al que puedes remitirme desde este momento la correspondencia. Cuando esta carta llegue a tus manos, yo ya me habré puesto en camino hacia un lugar que, de momento, prefiero no desvelarte. Desde allí te escribiré con puntualidad y te mantendré informado de mis pesquisas. Espero, entonces sí, ser capaz de contarte algo de lo que me haya ocurrido. Empiezo a sospechar que a esta correspondencia nuestra le falta acción y le sobra intriga, querido mío, y espero ser capaz de remediarlo.

Es muy probable que te extrañe este comportamiento mío. No me juzgues antes de conocer todos los detalles, es lo único que te pido. De momento, te basta con saber que siento que mi vida peligra si me quedo en este lugar y que el miedo es uno de los pocos sentimientos que no pueden combtirse. Y ya sabes que hablo por experiencia.

Por otra parte, no te negaré que hay algo muy personal en todo este asunto. No entraré en detalles, porque me llevaría mucho tiempo, acerca del contenido de la tarjeta de memoria que nunca debería haber dejado en el correo y que contenía los secretos del desventurado Monday. Sólo te avanzaré que hay información muy personal en esos documentos. Hubiera preferido que lo vieras tú mismo, y que juzgaras si era yo la persona más adecuada para encargarme de este caso, pero me temo que ahora ya es demasiado tarde para lamentaciones.

¿Has adivinado ya? Nunca te caracterizaste por tu agudeza. No sé cuántas cosas recuerdas de la última vez que viste a míster Monday. Yo tengo aquel encuentro muy grabado en mi memoria. Es muy probable que fuera una de las peores tardes de mi vida. Qué curioso, estoy convencida de que también era lunes. Un día propicio para el suicidio. Pensé en él, pero no lo cometí. ¿Aún sigues sin entender? Asómbrate: poco antes de que le abandonáramos en el Ampurdà con su identidad nueva, Míster Monday y yo pasamos quince días en aquella casa. Él y yo solos. Espero que no suene demasiado cursi ni demasiado patético si te digo que fueron las mejores dos semanas de mi vida.

Como ves, este lunes no ha sido propicio para la muerte, sino para las confidencias.

Moderadamente tuya,

Alma

lunes, 5 de marzo de 2007

Mensaje 5

Querida Alma,

Me dejas sin aliento con lo que me cuentas del funcionario de correos que dejó de existir ―por voluntad propia, se supone― un lunes por la tarde. Esto me trae a la mente dos cosas, aunque tal vez sólo la segunda aporte luz al caso que nos ocupa.

La primera me lleva a un publicista que me ofrecía trabajo como encuestador mientras estudiábamos periodismo. Él tenía cinco años más que yo y le había conocido dándole clases de inglés. Tal vez porque le resultaba simpático, cuando se cansó del inglés empezó a ofrecerme las dichosas encuestas. Estaban bien pagadas, aunque nunca me ha gustado abordar a la gente con un formulario absurdo. Si no me equivoco, una vez tú misma me acompañaste a la salida de unos grandes almacenes, donde asaltábamos a la gente para preguntarle lo que habían comprado.

Bueno, el caso es que estos sondeos se realizaban entre el martes y el sábado, siempre por la tarde. Algún mes llegué a trabajar a diario, porque necesitaba dinero para mis vicios. Una vez que estaba en la agencia de publicidad, entregando formularios a mi cliente, se me ocurrió preguntarle:
―¿Por qué nunca me mandas en lunes a hacer estas encuestas?
―Los lunes la gente no compra, se suicida ―respondió.

Tal vez si hubiera sido martes, el funcionario de correos hubiera ido a comprarse un nuevo par de zapatos en lugar de quitarse de en medio, ¿no crees?

La segunda cosa que me viene a la mente, sin salirnos del tema, es una advertencia que me hicieron muy seriamente durante un viaje que realicé a Escandinavia. Yo estaba en primero de carrera ―todavía no nos conocíamos― y cantaba en un coro que hacía bastantes giras por Europa. A menudo actuábamos en auditorios de estudiantes, porque lo cierto es que éramos bastante malos.

No llegué a ir a Noruega, desde donde Mr. Monday nos manda su siniestro mensaje, pero sí a Suecia. Recuerdo que en el aeropuerto de Estocolmo nos vino a recoger un cubano, Tito, que coordinaba nuestra patética gira. Por algún motivo le debí caer en gracia, ya que mientras nos guiaba hasta el autobús que nos llevaría a la ciudad hizo un aparte conmigo y me dijo muy serio:
―Tienes que tener mucho cuidado cuando pases junto a una residencia de estudiantes, porque te puede caer una chica en la cabeza.

Así fue como confirmé que en aquel país ―y en todo el norte― el suicidio es el deporte nacional. Y los récords se baten los lunes por la tarde. Dicen que la escasez de luz es determinante en este fenómeno. Mi pregunta ahora es: ¿por qué alguien como Mr. Monday, que llevaba una plácida vida en el Ampurdán, decidió acabar con su vida, vestido de azul, en las inmediaciones de Bergen? ¿Qué fue a buscar allí? ¿Habita la muerte en el hemisferio norte? Tal vez la respuesta esté en esos archivos que quisiste mandarme y ahora han desaparecido: ¿tienes alguna idea, aunque sea remota, de su contenido?

Tuyo siempre,

Daniel

lunes, 26 de febrero de 2007

Mensaje 4

Si no fuera porque los acontecimientos me obligan a retomarla, habría dado por terminada esta correspondencia. La verdad, no tengo tiempo ahora para pensar en letras de canciones que hablan de barcos y de ser buena persona por un día... tal vez tú sí deberías hacerlo. Tampoco puedo detenerme ahora a analizar los detalles —sabes bien que me gusta hacerlo, en otras condiciones— del trágico final de ese dudoso artista que se colgó por no padecer ataques epilépticos. Nunca dejarás de sorprenderme con tus historias, oscuro Daniel, ni siquiera ahora que ya me creía vacunada contra los efectos de cualquier tipo de ficción.

Contra la realidad, en cambio, no hay vacuna que valga. Por muy preparada que te sientas para hacer frente a los envites de la vida, ella siempre termina por encontrarte con la guardia baja. Puedes haber prometido mil veces no volver a inquietarte, no volver a temer, pero ella encontrará los mecanismos para salirse con la suya.

¿Recuerdas que te dije haber dejado para ti en el correo una tarjeta de memoria con todo lo referente a Míster Monday? Así mismo lo hice: fotografías, informes, cartas, correos electrónicos y tantas otras cosas, lo deposité todo en ese pequeño documento y lo metí en un sobre acolchado en el cual había escrito tu nombre y dirección. Una vez en correos, fui atendida por un amable funcionario a quien había visto muchas otras veces: un hombre bien parecido, de unos cuarenta y cinco años, de bigote espeso, pelo muy oscuro y brillante y tez morena. Me atendió con la amabilidad acostumbrada después de formularme las preguntas de rigor acerca de mi salud y mi trabajo.

—¿Desea que lo enviemos urgnte? —quiso saber.
Le dije que sí: cuanto antes llegara la tarjeta a tus manos, antes me libraría de ti y de esta historia.
—Imagino que se trata de información muy importante —dijo el funcionario, con un brillo especial en los ojos.
—Mucho más de lo que usted imagina —repuse.
Él se limitó a exclamar un enigmático:
—¡Uuuuhh!
Acto seguido, me hizo saber la cantidad que debía abonarle y me despidió después de desearme un buen día.

Pues bien, no acostumbro a visitar la oficina de correos más de una vez a la quincena, pero hoy mismo he debido hacerlo de nuevo a causa de un asunto de importancia relacionado con los caprichos de mi editor. Desde la escena que acabo de relatarte han transcurrido siete días. Fue el lunes pasado, más o menos a la hora en que estoy escribiéndote hoy. Al llegar hoy a la oficina, me ha extrañado no ver al funcionario del bigote espeso. He preguntado por él a un compañero, que se ha encogido de hombros. Le he repetido la pregunta a otro, que parecía nuevo, y he obtenido idéntico resultado. Finalmente ha sido un cliente quien me ha informado, sin yo preguntarle directamente:
—¿Pregunta usted por Hassan? Se suicidó la semana psada. Dicen que se colgó en la cocina de su casa mientras escuchaba una canción. Qué raro, ¿verdad?
La verdad es que rápidamente he pensado en las coincidencias con tu historia. Pero también, inevitablemente, en el archivo de memoria. He preguntado qué día se quitó la vida el desventurado Hassan.
—El lunes —me han dicho—, fue por la noche, bastante tarde.

El lunes. El mismo día en que yo le vi, por la mañana, y dejé en sus manos el sobre acolchado con el envío más importante de mi vida. Tal vez consideres que me estoy volviendo paranoica en ver conexiones en unos acontecimientos que bien podrían ser fruto de la casualidad, pero responde sólo una pregunta y sabrás que tengo razón: ¿Encuentras algún motivo razonable por el cual el funcionario de correos se matara de la fora en que lo hizo?
Así pues, debemos partir de una premisa: alguien que no siquiera podemos imaginar tiene en su poder el resultado de nuestro trabajo de hace cinco años, y cree poder disponer de las vidas ajenas que se crucen en su camino de un modo absoluto, como dispuso de la del pobre Hassan. Esa misma persona dispone, al mismo tiempo, de información privilegiada acerca de algunos de nuestros mayores errores. Ni tú ni yo —especialmente yo, que vivo en el mundo civilizado, por lo menos todavía— podemos permitir que los haga públicos.

He averiguado dónde vivía el funcionario de correos. Esta misma tarde iré a hacer una visita a su casa vacía. No tardaré en contarte los resultados de mis pesquisas. Mientras tanto, te escribo estas líneas, para decirte que si desaparezco de pronto no debes creer nada de lo que te digan. En esté país son todavía más dados que yo o que tú a inventar ficciones. En el banco encontrarás lo suficiente para darle a Ismael, mi hijo, una vida holgada. No lo tengas a tu cuidado, por fravbor: busca alguien más cualificado. Y, por lo que más quieras, ni se te ocurra llevarle a ese lugarsalvaje donde vives.

Tuya, siempre.
Alma

lunes, 19 de febrero de 2007

Mensaje 3

Querida Alma,

Me resulta difícil llamarte así sabiendo perfectamente que eres una desalmada. Pero eso es lo que siempre me ha gustado de ti: tu falta de absoluta de escrúpulos. Cuando un hombre tiene que ser cruel, lo hace cargando de antemano con el peso de su culpa; en cambio, una mujer es capaz de disfrutar de su crueldad y hacer de ella todo un arte.

Yo he ido a buscar el infierno a esta isla maldita donde lo mejor que puede pasarte es quedar sepultado por una erupción de La Soufrière. Tú ni siquiera necesitas buscarte un lugar así, porque llevas el infierno allí donde vayas. Dicho queda, Alma mía.

Por eso mismo no dudo de que habrás vertido todo lo aprendido en una vida dedicada al crimen en esas novelas que tan bien se han vendido y que ahora te permiten vivir en la habitación de Agatha Christie. Aunque tal vez no necesites la inspiración fantasmal de esa vieja inglesa para tu próxima novela. Lo que empecé a contarte en mi primer mensaje es un filón: sólo necesitas tirar del hilo. De momento, te propongo que me ayudes a resolver este misterio.

Recuerda lo que te dije: Mr. Monday ha aparecido muerto en un fiordo cercano a Bergen totalmente vestido de azul, y quien me informó de su muerte dijo que su suicidio es un mensaje. Sólo he tenido que apelar a la nostalgia musical de mi adolescencia para recordar una canción que marcó época: «Blue Monday». Indudablemente el mensaje está ahí.

Como sé que la cultura popular nunca ha sido tu fuerte (no se me escapa que has robado tu nueva identidad a Alma Mahler, a quien sin duda te gustaría parecerte), te voy a hacer un poco de historia, porque el origen de esta canción está justamente en un suicido. Demasiadas coincidencias, ¿no te parece?

Me estoy refiriendo a Ian Curtis, el vocalista de la formación Joy Division, que se suicidó en 1980 a causa de los ataques de epilepsia que sufría. Tenía 23 años. La noche elegida para echar el telón estuvo viendo una película de Werner Herzog, Stroszek, que trata justamente sobre un artista atormentado que se quita la vida. Ian Curtis lo emuló a su manera colgándose en la cocina mientras escuchaba la canción de Iggy Pop The Idiot. Su sufrida esposa hizo colocar en su tumba la inscripción Love will tear us appart, el título de la canción más conocida de Joy Division.

Tras su muerte, el resto de la banda se refundó como New Order y grabó una canción ―entre la música electrónica y el postpunk― que les proporcionaría éxito inmediato: Blue Monday. En su letra está lo que nuestro querido difunto quiere decirnos. Te adjunto la estrofa más significativa para que tu proverbial inteligencia desentierre la primera pista…

I see a ship in the harbor
I can and shall obey
But if it wasn't for your misfortunes
I'd be a heavenly person today

Oscuramente tuyo,

Daniel

PD. Por cierto: todavía no me ha llegado el archivo digital de Mr. Monday.

lunes, 12 de febrero de 2007

Mensaje 2

Querido Daniel,

tu siempre tan disperso, tan poco atento a los detalles. Ya veo que ni siquiera las erupciones volcánicas de ese infierno donde vives han conseguido cambiarte.

Debes saber que dejé Roma enseguida, impelida por el terrible recuerdo del caso que ahora tú has traído de nuevo a mi memoria. Por ridículo que parezca, me resultaba imposible dejar de pensar en Olmedo, en cómo habíamos podido ser tan ciegos y tan inconscientes, en qué debió de pasar por nuestras cabezas para actuar del modo en que lo hicimos... No me preguntes por qué razón, pero no podía permanecer ni un día más en una ciudad tan llena de recuerdos y tan atiborrada de turistas que es imposible encontrarse con uno mismo. Fue entonces cuando comencé una etapa de peregrinaje europeo de la que procuré que no supieras nada. No te lo tomes a mal, pero eras la última persona que deseaba ver por aquel entonces, y debo decirte que mis deseos no han cambiado tanto en estos cinco años. Lo que sí ha cambiado es mi lugar de residencia y algunas otras cosas de las que te daré cuenta en esta carta que, sinceramente, preferiría que nunca obtuviera respuesta.

Después de lo que ocurrió, me pregunté muy seriamente qué podía hacer con mi vida, a qué o a quién recurrir para ganar el dinero necesario para mi manutención y la de mi hijo de quien, por cierto, no creo haberte hablado jamás. No todos tenemos una isla volcánica a mano, ¿sabes? Yo tuve que pelear con lo único que sabía hacer: inventar mentiras, crear falsedades. Decidí probar escribiendo una novela negra, tal cruel y sanguinaria como la vida misma (o por lo menos, como cierta parte de la mía. ¿O debería decir «la nuestra»?). Encontré un editor dispuesto a publicarla a cambio de ciertos favores que te ahorraré para no parecer vulgar. Obtuve un éxito inmediato. No con mi nombre, por supuesto. La identidad de esa mujer de imaginación portentosa a la que nunca ha visto nadie no pienso revelártela, al igual que muchas otras cosas. Sólo quiero que sepas que, a modo de amuleto, decidí instalarme en la habitación 411 del hotel Pera Palace de la capital turca. No te molestes en buscar la información: es el mismo cuarto donde Agatha Christie vivió varios años de su vida, escribiendo tan compulsivamente como olvidaba a cuantos le habían hecho daño. Más o menos lo mismo deseaba hacer yo cuando llegué a este lugar y hoy puedo decirte que lo he conseguido.

Por lo menos, hasta que llegó tu mensaje esta mañana. El correo electrónico que te facilitaron no es el mío, pero quien te lo dio deb de conocer bien a mis colaboradores y los ambientes en que me muevo, e eso no hay duda. Te agradezco muchísimo el tono melancólico que has utilizado en tu carta, como si de verdad fuera grato recordar algo de lo que hicimos juntos. Ah, qué dados sois los hombres a estas nostalgias inútiles. Por mi parte, espero que me perdones si me comporto de un modo más práctico. No deseo recordar nada ni veo el menor sentido en hacerlo. Hay muchas cosas de Míster Monday que nunca te dije, y que me inclinan a pensar que ha vivido muchos más años de los que ni él mismo podía sospechar. ¿Ha muerto? Bueno, tampoco se pierde tanto. Ni siquiera la infomación que me confió en nuestra última cita, que hoy mismo dejaré en el correo a tu nombre. Lo he guardado todo en una tarjeta de memoria. No tengo copia, ni la quiero. Espero que en ese volcán cabreado donde te alojas haya un servicio de correos decente. Calculo que tardará en llegarte, en las mejoes condiciones, unos quince días.
Sólo un ruego más: no vuelvas a llamarme Elena. Hace mucho tiempo que ya nadie me llama así. Si en algún momento no puedes reprimir el deseo de escuchar mi voz, puedes preguntar en recepción por Miss Alma. Aunque es mejor que no lo hagas. Puedo imaginar tu sonrisa al leer esta revelación. Pues sí, ya sabes lo que pienso: la mentira, en las mujeres como yo, tiene algo de segunda piel o de instinto de supervivencia.

Sobrevivamos, pues. O cambiemos la piel.
Tuya, siempre,

Alma

lunes, 5 de febrero de 2007

mensaje 1

Querida Elena,

Tal vez te sorprenda recibir este correo, después de cinco años sin tener noticias mías. Lo cierto es que tampoco me ha sido fácil localizarte. Tuve que atar muchos cabos hasta saber que te habías instalado en Roma, donde alguien me ha dado tu nueva dirección electrónica. También tú decidiste desaparecer después del caso Olmedo, y más vale que sigamos en el anonimato por la cuenta que nos trae.
Por mi parte, actualmente vivo en Montserrat, una isla del Caribe bajo la amenaza constante de un volcán que desde 1995 no cesa de darnos sustos. La caprichosa actividad de La Soufrière, sin embargo, presenta algunas ventajas: la más importante es que mantiene alejados a los turistas y curiosos. A nuestra señora del fuego le debo, probablemente, que hoy siga con vida.
A veces me pongo melancólico y recuerdo nuestros tiempos en Barcelona. Fue una locura admirable fundar una agencia de falsas identidades tras acabar periodismo. Ninguno de los dos creíamos al principio que se pudiera ganar dinero creando el pasado, la personalidad y el nombre de personas que habían decidido renunciar a lo que habían sido hasta entonces. ¿Recuerdas nuestro primer cliente? Es como si lo pudiera ver ahora mismo, abriendo la puerta y levantando ligeramente su sombrero a modo de saludo:
-He cometido un asesinato -dijo.
-Pues acuda a la policía y entréguese -le respondiste, fría como el mármol.
-No: es a mí mismo quien he matado, y busco un nuevo ser capaz de mover esta carcasa. Porque os dedicáis a esto, ¿verdad?
Recuerdo que me quedé blanco. Una cosa es planificar una locura y otra tenerla delante de tus narices. Por suerte, fuiste más rápida de reflejos que yo y empezaste a contarle su pasado del corrido a aquel desgraciado, que venía dispuesto a llenar su vacío con cualquier cosa. Fue una buena obra. Y lo mejor de todo fue cuando, al fin de la última visita, nos preguntó:
-Así pues, ¿cómo me llamo?
Y tú le respondiste:
-Hemos decidido bautizarle como Abel Mestres. ¿Le parece bien?
Sólo lamento cuántos estafadores, farsantes, mafiosos y criminales encubrimos con nuestras identidades a medida. Mientras duró, fue un negocio rentable además de muy creativo. Porque, ¿hay mayor creación que inventar toda una vida?
Tal vez porque llegamos a sentirnos semidioses, con Olmedo fuimos demasiado lejos. Por eso huimos y seguiremos huyendo mientras vivamos.
Pero no te escribo para rememorar viejos tiempos, sino para pedirte que me ayudes a resolver un misterio. Se trata de una persona muy querida por los dos, además de uno de nuestros mejores clientes. Venía del frío oeste de Irlanda, no recuerdo cómo se llamaba antes. Sólo sé que le salvamos una vez la vida con una nueva personalidad. Te estoy hablando de Mr. Monday. Elegimos ese apellido porque llegó un lunes, ¿te acuerdas? Como Robinson con su salvaje del viernes.
Hace poco volví a saber de él. Mr. Monday ha aparecido muerto en un fiordo cercano a Bergen, Noruega, completamente vestido de azul. Aparentemente es un suicidio. Pero la persona anónima que me mandó la noticia me asegura que es algo más. Literalmente dijo: "Con su muerte está tratando de comunicarnos algo. Por favor, le ruego que me ayude o seré el próximo."
Espero no haber perturbado tu romana calma. Simplemente quería que lo supieras.
Con todo mi cariño y admiración,
DANIEL