lunes, 26 de marzo de 2007

Mensaje 8

Te sorprendera saber en que he ocupado las primeras horas del dia de hoy. Pero primero debo ponerte en antecedentes. Poco despues de mi ultima carta, tome el primer avion Estambul-Moscu. Una vez en la capital rusa, busque un taxi que, a toda velocidad, atravesara el escaso trafico de la magnifica avenida Gorki (es el nombre antiguo, lo se, pero yo soy una romantica), hasta dejarme en la estacion de tren de San Petersburgo. Seguro que recuerdas aquel viejo vestibulo presidido por la expresion enfurrunada de Lenin. Habia tenido la precaucion de reservar una plaza en el tren Flecha Roja, que hace unas nueve horas me dejo en la ciudad mas inverosimil y mas hermosa del mundo.
Te preguntaras que estoy haciendo en San Petersburgo. Pues bien, mi primera respuesta tal vez te parezca rocambolesca: he venido hasta aqui a escuchar el hielo. Es lo mismo que hice poco despues de que nuestra sociedad laboral se desintegrara. Tambien era marzo, y el rio Neva tambien ofrecia el espectaculo del que yo he podido disfrutar de nuevo esta manana, despues de tanto tiempo.
Me he sentado en un diminuto malecon frente a la Fortaleza de Pedro y Pablo, en un lugar privilegiado situado en mitad del caudal del rio, con el Palacio de Invierno a la derecha y la elevada aguja del castillo a la inzquierda, y he pasado cerca de dos horas observando las planchas de hielo bajar por el rio en direccion al Golfo de Finlandia. Es maravillosa la paz que puede transmitir este espectaculo. El silencio, solo interrumpido con el lejano bramido de los coches, es magnifico. Es el mismo silencio que, dicen, reinaba aqui cuando se fundo esta ciudad, cuando solo habia hielo y quietud. Y a mi ambas cosas me ayudan a pensar. Eso he hecho, te decia, mientras observaba el espectaculo de los reflejos en las aguas y escuchaba el crepitar de los cristales de hielo junto a mis pies.
Luego he ido a ver a mi amigo Alexi Alexandrovich Pigariov. Es posible que tambien te acuerdes de el, aunque estaba mucho mayor que la ultima vez que le viste y mucho mas enfermo. A pesar de ello, seguia poseyendo una mente clara y despierta y una memoria prodigiosa, prolongada (nunca corregida) en su extenso archivo. Le he invitado a desayunar al Literaturii Cafe, un lugar recoleto en plena Avenida Nevsky donde, dicen, tomo su ultimo bocado Pushkin antes de salir hacia el duelo con D'Anthes. El duelo donde murio, naturalmente. Me temo que Pigariov sabia muy bien a que se arriesgaba citandose conmigo, y es por eso que ha querido imprimirle a esta cita un aire novelesco y tragico, propio del amante de la buena literatura que siempre fue.
Sentados a una de las mesas con mantel verde del Literaturii, me ha confesado que le quedaban apenas unas semanas de vida y que se estaba planteando muy seriamente la posibilidad de adelantarse a este pronostico de su medico. Antes de darme la informacion que yo le pedia ha anadido:
-Solo te lo cuento para que sepas que las casualidades no existen, querida.
En cuanto a lo que habia ido a buscar, no me ha decepcionado en absoluto. Me ha facilitado la ultima direccion de Mister Monday. No esta en Bergen, por cierto, como podiamos inclinarnos a pensar, sino en otra ciudad que me reservare por el momento, para mantenerte en algo de suspense. Tambien le he preguntado, naturalmente, por el destino de mi tarjeta de memoria, aquella que se perdio en el correo, y aunque no sabia nada, me ha prometido realizar ciertas averiguaciones nada mas llegar a casa.
-Te llamare -ha dicho-. Supongo que, como siempre, habras reservado en el Gran Hotel Europa.
Que bien me conoce y que poco ha cambiado mi viejo Pigariov.
He paseado un rato hasta la Plaza de las Artes y me he entretenido visitando la coleccion del museo ruso. He pasado un buen rato frente al cuadro La cena, de Leon Bakst. Me ha parecido que lo habia visto alguna otra vez en otro lugar, pero no he sido capaz de precisar donde. Sea como fuera, esa mujer enlutada esperando sola, con un abanico en la mano, sentada a la mesa, me ha recordado tanto a mi que he tenido que terminar alli mi visita y regresar a mi hotel, y no precisamente de buen humor.
En recepcion me esperaba un mensaje de Pigariov. Estaba anotado en un papelito, en alfabeto cirilico, y he precisado traduccion del amable (incluso demasiado, estos hoteles caros es lo que tienen) y joven conserje:
'Tu cosa esta en Paris', decia la nota.
He debido quedarme meditando un segundo y cuando he vuelto al mundo real el empleado estaba tendiendome la llave de mi habitacion con ese porte de profundamente desgraciados que tienen aqui todos los conserjes. Solo sonrien los que cobran verdaderas fortunas por procurar la felicidad del visitante. Y el visitante de San Petersburgo, ya se sabe, puede ser facilmente un ser muy necesitado de sonrisas.
Antes de acostarme, he decidido llamar a Pigariov para agradecerle la informacion y desearle buenas noches, pensando que a la gente refinada le gustan esta clase de detalles. No ha contestado al telefono. He insistido mas tarde, con el mismo resultado. Inquieta, he decidido acercarme hasta su casa. Era tarde y no es muy seguro caminar por la Nevsky a altas horas, pero he preferido arriesgarme. Al llegar alli, he tropezado con el cordon policial y con las malas caras de los vecinos. Un jovencito que hablaba un ingles rudimentario ha sido quien me ha dado la noticia.
-Murdered -ha dicho, adoptando con una mano la forma de una pistola. Y por si fuera poco ha anadido: -Shot. Poum!
Lo cual demuestra que la proverbial agudeza de Pigariov le habia llevado, una vez mas, hasta la pista correcta.
Espero no haberte amargado el viaje con esta historia, querido.
Tuya,

Alma

P.S. Por cierto. Dejo el romanticismo para otra ocasion y comienzo a escribirte por correo electronico. Solo asi nos mantendremos en contacto.

domingo, 18 de marzo de 2007

Mensaje 7

Desconcertante Alma,

Me he quedado sin habla al leer tu mensaje. Jamás habría imaginado que había sucedido algo entre tú y Mr. Monday, y menos todavía que compartierais dos semanas en una casa del Ampurdán. ¿No es algo extraño amar a alguien a quien has dado una nueva identidad? Puesto que él era sobre todo creación tuya, debió ser como amarte a ti misma. Todo un alimento para tu vanidad, que no conoce límites.

Puesto que me pides acción, te comunico que este náufrago ha abandonado la seguridad de su isla y se dirige hacia la vieja Europa. También tú te has puesto en movimiento, así que quizá nos crucemos en el cielo en busca de nuestro incierto destino. Desconozco cuál es el tuyo, pero yo te escribo esta misiva desde el aeropuerto JFK de Nueva York, donde espero un vuelo que me ha de llevar a Belgrado.

Debes de preguntarte qué se me ha perdido en la capital de la extinta Yugoslavia, un polvorín en el que la mecha todavía chispea. Puesto que no me gusta ser críptico, te contaré el motivo de este viaje inesperado. Recibí en mi apartado de correos de Montserrat ―lógicamente bajo una identidad falsa― esta enigmática invitación:

«MR. MONDAY LE INVITA A LA INAUGURACIÓN DEL TALLER XO EL PRÓXIMO MARTES 13 DE DICIEMBRE EN BELGRADO, SERBIA. SALIDA A MEDIANOCHE DESDE LA PLAZA DE NIKOLA PASIC. SE RUEGA NO CONFIRMAR LA ASISTENCIA.»

Al leer este mensaje sentí que despertaba de un largo y pesado sueño. De repente supe que tenía que acudir. Sin más espera, hice una maleta con un par de mudas y llamé un taxi que me llevó al aeródromo, donde tomé la primera avioneta hacia Antigua. Desde allí he volado al JFK, donde ya calienta motores un viejo avión de las líneas yugoslavas. ¿Te seduce el plan?

Lejanamente tuyo,

Daniel

lunes, 12 de marzo de 2007

Mensaje 6

Típico de ti, Daniel, querido: te cuento algo terrible que me está ocurriendo y tú respondes con los resultados estadísticos de los suicidios en Europa. Pues sí, debo confirmarte que, a los ojos de todos, Hassan, el amable funcionario de correos que solía atenderme en mis visitas, engordó las estadísticas hace apenas unos días. Sin embargo, tengo motivos para creer que no fue así, y confío en que también tú te des cuenta a menos que analices la situación con frialdad y algo de sentido común.

Han ocurrido algunas otras cosas, que por ahora no pienso contarte. Podría decirte que estoy recibiendo anónimos, pero lo mismo puedo despertar en ti las ganas de informarme acerca de qué tanto por ciento de la población recibe o escribo este tipo de misivas. Seguro que son más de los que imagino. También tengo la impresión que me vigilan desde el otro lado de la calle, pero temo que a este dato pueda tu crueldad contraatacar con cifras acerca de la esquizofrenia que se padece en los países musulmanes, o cualquier otro sin sentido similar.

Por todo ello, me limitaré a informarte de que he decidido marcharme. No pienses que abandono la investigación o que huyo: nunca ha sido mi estilo. Sólo pongo a salvo mi pellejo a la vez que intento hacer algo útil que arroje un poco de luz sobre el desventurado míster Monday y todo este asunto del suicidio. Lo único que quiero que tengas muy claro es que no actúo por impulsos, como algunas veces llegaste a reprocharme, sino que tengo motivos fundados para obrar de este modo. Motivos que no voy a revelarte, naturalmente.

Sólo deseo informarte de algunos detalles antes de dar por terminada esta carta. Al pie encontrarás un apartado postal al que puedes remitirme desde este momento la correspondencia. Cuando esta carta llegue a tus manos, yo ya me habré puesto en camino hacia un lugar que, de momento, prefiero no desvelarte. Desde allí te escribiré con puntualidad y te mantendré informado de mis pesquisas. Espero, entonces sí, ser capaz de contarte algo de lo que me haya ocurrido. Empiezo a sospechar que a esta correspondencia nuestra le falta acción y le sobra intriga, querido mío, y espero ser capaz de remediarlo.

Es muy probable que te extrañe este comportamiento mío. No me juzgues antes de conocer todos los detalles, es lo único que te pido. De momento, te basta con saber que siento que mi vida peligra si me quedo en este lugar y que el miedo es uno de los pocos sentimientos que no pueden combtirse. Y ya sabes que hablo por experiencia.

Por otra parte, no te negaré que hay algo muy personal en todo este asunto. No entraré en detalles, porque me llevaría mucho tiempo, acerca del contenido de la tarjeta de memoria que nunca debería haber dejado en el correo y que contenía los secretos del desventurado Monday. Sólo te avanzaré que hay información muy personal en esos documentos. Hubiera preferido que lo vieras tú mismo, y que juzgaras si era yo la persona más adecuada para encargarme de este caso, pero me temo que ahora ya es demasiado tarde para lamentaciones.

¿Has adivinado ya? Nunca te caracterizaste por tu agudeza. No sé cuántas cosas recuerdas de la última vez que viste a míster Monday. Yo tengo aquel encuentro muy grabado en mi memoria. Es muy probable que fuera una de las peores tardes de mi vida. Qué curioso, estoy convencida de que también era lunes. Un día propicio para el suicidio. Pensé en él, pero no lo cometí. ¿Aún sigues sin entender? Asómbrate: poco antes de que le abandonáramos en el Ampurdà con su identidad nueva, Míster Monday y yo pasamos quince días en aquella casa. Él y yo solos. Espero que no suene demasiado cursi ni demasiado patético si te digo que fueron las mejores dos semanas de mi vida.

Como ves, este lunes no ha sido propicio para la muerte, sino para las confidencias.

Moderadamente tuya,

Alma

lunes, 5 de marzo de 2007

Mensaje 5

Querida Alma,

Me dejas sin aliento con lo que me cuentas del funcionario de correos que dejó de existir ―por voluntad propia, se supone― un lunes por la tarde. Esto me trae a la mente dos cosas, aunque tal vez sólo la segunda aporte luz al caso que nos ocupa.

La primera me lleva a un publicista que me ofrecía trabajo como encuestador mientras estudiábamos periodismo. Él tenía cinco años más que yo y le había conocido dándole clases de inglés. Tal vez porque le resultaba simpático, cuando se cansó del inglés empezó a ofrecerme las dichosas encuestas. Estaban bien pagadas, aunque nunca me ha gustado abordar a la gente con un formulario absurdo. Si no me equivoco, una vez tú misma me acompañaste a la salida de unos grandes almacenes, donde asaltábamos a la gente para preguntarle lo que habían comprado.

Bueno, el caso es que estos sondeos se realizaban entre el martes y el sábado, siempre por la tarde. Algún mes llegué a trabajar a diario, porque necesitaba dinero para mis vicios. Una vez que estaba en la agencia de publicidad, entregando formularios a mi cliente, se me ocurrió preguntarle:
―¿Por qué nunca me mandas en lunes a hacer estas encuestas?
―Los lunes la gente no compra, se suicida ―respondió.

Tal vez si hubiera sido martes, el funcionario de correos hubiera ido a comprarse un nuevo par de zapatos en lugar de quitarse de en medio, ¿no crees?

La segunda cosa que me viene a la mente, sin salirnos del tema, es una advertencia que me hicieron muy seriamente durante un viaje que realicé a Escandinavia. Yo estaba en primero de carrera ―todavía no nos conocíamos― y cantaba en un coro que hacía bastantes giras por Europa. A menudo actuábamos en auditorios de estudiantes, porque lo cierto es que éramos bastante malos.

No llegué a ir a Noruega, desde donde Mr. Monday nos manda su siniestro mensaje, pero sí a Suecia. Recuerdo que en el aeropuerto de Estocolmo nos vino a recoger un cubano, Tito, que coordinaba nuestra patética gira. Por algún motivo le debí caer en gracia, ya que mientras nos guiaba hasta el autobús que nos llevaría a la ciudad hizo un aparte conmigo y me dijo muy serio:
―Tienes que tener mucho cuidado cuando pases junto a una residencia de estudiantes, porque te puede caer una chica en la cabeza.

Así fue como confirmé que en aquel país ―y en todo el norte― el suicidio es el deporte nacional. Y los récords se baten los lunes por la tarde. Dicen que la escasez de luz es determinante en este fenómeno. Mi pregunta ahora es: ¿por qué alguien como Mr. Monday, que llevaba una plácida vida en el Ampurdán, decidió acabar con su vida, vestido de azul, en las inmediaciones de Bergen? ¿Qué fue a buscar allí? ¿Habita la muerte en el hemisferio norte? Tal vez la respuesta esté en esos archivos que quisiste mandarme y ahora han desaparecido: ¿tienes alguna idea, aunque sea remota, de su contenido?

Tuyo siempre,

Daniel