lunes, 28 de mayo de 2007

Mensaje 3

Hasta hoy, mi querido Daniel, no me han entregado tu carta. Podrás comprender la avidez con que me he lanzado a su lectura, pues. Nada más terminarla lo veo todo claro. Tienes razón. Detrás de todo esto no puede estar otro sino Olmedo. Su prepotencia, sus enormes medios económicos, su ira y su venganza. Creo que estamos perdidos, Daniel. Sin embargo, no pierdo nada por probar el juego que propones.
Descifremos, pues, la letra de ese viejo grupo que ya nadie recuerda. ¿Qué podemos perder con ello?
Sin embargo, creo que la clave de toda esta historia comienza un poco antes de la estrofa que tú propones, exactamente en el punto en que dice:

I thought I was mistaken
I thought I heard your words
Tell me how do I feel
Tell me now how do I feel

¿Recuerdas el estado de confusión en que llegó Olmedo antes de que nosotros le inventáramos su nueva vida? ¿recuerdas lo que repetía constantemente?:
—No puedo saber si estoy en lo cierto o cometo un error, no puedo saberlo.
Temblaba, sudaba, era un hombre acabado. De hecho, continúo refrescándote la memoria, ese fue un factor definitivo para nosotros. Creo que fui yo quien te lo dijo:
—Un hombre en su estado no está en condiciones de analizar friamente nuestro trabajo, tendrá que acatar cualquier cosa que hagamos con él.
Cualquier cosa. Entonces no estaba en condiciones. Pero hoy sí, por supuesto.

"Dime cómo tengo que sentirme", dice esa canción, una y otra vez. Es él quien nos lo reclama, ¿te das cuenta? Espera que le digamos cómo debe sentirse después de lo que le hicimos. ¿Estás tú preparado para eso?

Tengo también una teoría respecto a tu estrofa. ¿Recuerdas a Bartimeo Balza?, el venezolano amigo de Monday que siempre afirmó que moriría a los 60 años exactos. Si no recuerdo mal, su cumpleaños es el próximo lunes. Pronuncia su nombre con el acento de su país y tendrás el barco de la canción.

El puerto podrían ser muchos, pero en relación con esta historia sólo puede ser uno: Oporto. Cerca de la torre dos clérigos, en el barrio viejo de la ciudad, Balza solía recalar en el café de un amigo suyo. Un local llamado Cafe da Morte. ¿No ves que todo encaja? Incluso la canción:

Now I stand here waiting

Nos estará esperando allí dentro de una semana. Pero, ¿cómo llegar?

Puede que pienses tú también que estoy loca, pero en este mismo momento ha empezado a sonar por el hilo musical de este sitio infecto la canción de New Order que vive a todas horas en mi cabeza.

Ahora ya tengo claro que Olmedo nos está vigilando. A todas horas.

domingo, 13 de mayo de 2007

SEGUNDA PARTE: Mensaje 2

Prisionera Alma,

Tengo la sensación de que hemos caído dentro de un sueño, con el agravante de que es un sueño ajeno, por lo que sólo quien ha tendido esta maraña a nuestro alrededor puede decidir cuándo vamos a despertar. Albergo horribles sospechas, pero antes debo contarte lo que sucedió tras mi visita al taller OX, el taller de la muerte.

A mi regreso al Hotel Royal me esperaban media docena de policías, que me trasladaron acto seguido a comisaría y de allí al calabozo desde donde ahora se me ha permitido escribirte este correo. Me han comunicado que mi situación es de cárcel preventiva, aunque desconozco lo cargos que penden sobre mí. No tengo abogado de oficio y el embajador no contesta a mis llamadas.

Es una aterradora circunstancia ―en nuestro caso no se puede hablar de sincronicidad― que ambos nos hallemos retenidos tras haber visto los retratos de Mr. Monday, antesala de nuestro juicio sin final, porque me temo que aquí no hay sentencia, sólo castigo.

Coincido contigo en que detrás de esto hay una venganza personal. La celda minúscula amplifica los pensamientos, así que he tenido tiempo de elaborar una hipótesis. Creo que Mr. Monday está muerto y así seguirá por los siglos de los siglos. Sólo ha sido un cebo utilizado por nuestro mayor enemigo, ese ser que precipitamos al abismo y que ahora emerge con todo el rencor que ha criado en las profundidades de la dignidad humana.

Te estoy hablando de Olmedo, Alma, de ese error de cálculo que otorgó a un joven prometedor la única identidad que no podía soportar. Ahora ha regresado, y en el infierno ha aprendido las artes con las que nos va a hacer pagar nuestra loca imprudencia.

Pero existe una posibilidad. Recuerdo que Olmedo era adicto a descifrar letras de canciones. Podía estar horas y horas dando vueltas a un tema de Psychic TV o The Residents. Las bandas malditas han sido su universidad hasta que nosotros arruinamos su mundo con nuestro juego. A través de los herederos de su admirado Ian Curtis nos manda un postrero reto: descifrar el mensaje en clave de Blue Monday:

I see a ship in the harbor
I can and shall obey
But if it wasn't for your misfortunes
I'd be a heavenly person today


Piensa, Alma, piensa. Tenemos sólo esa oportunidad para salir del hoyo. Si no logramos dar con la respuesta en un plazo razonable, palmaremos. Veo mi cuerpo en descomposición en esta misma cárcel, de la que no saldré ni vivo ni muerto, mientras Olmedo celebra nuestro fin rescatando del olvido su disco favorito del punk patrio. Recuerda. La banda se llamaba Último Resorte y su canción más celebrada rezaba:

Todo ahora son coronas para aquellos que dejaron de existir…

lunes, 7 de mayo de 2007

SEGUNDA PARTE: Mensaje 1

Querido Daniel, te escribo aterrorizada, víctima de una profunda conmoción.

Te debo, ante todo, una disculpa. A ti y a todas aquellas personas -me es imposible siquiera imaginarlas- que pudieran haber resultado perjudicadas a causa de mi desaparición. Ya sé que estás preguntándote qué causas puede tener mi silencio de las últimas semanas, que empezó en el mismo momento en que puse los pies en la capital francesa. Eso es, precisamente, lo que deseo explicarte, hasta donde me sea posible hacerlo.

A mi llegada e recibió una de esas finas lluvias que hacen de París lo que se espera de ella. Había reservado en el Ritz mi habitación de siempre. A pesar de los parabienes del director del hotel, que siempre se demora demasiado en hacerme saber lo mucho que se alegra de volver a verme, conseguí dejar allí mi maleta y salir con prontitud en dirección al café del que te di noticia en mi última misiva. Tomé un taxi, soporté durante veinticinco minutos el endiablado tráfico parisino y descendí frente a una puerta art-déco ligeramente entreabierta, detrás de la cual brillaba una luz tenue y se escuchaba una música.

Empujé la puerta y me enfrenté a un espectáculo insólito que, sin duda, no necesito describirte. Lo que vi allí fue la misma bombilla desnuda y mortecina que tú encontraste en tu cita, las mismas fotografías colgando de un hilo de cobre y la misma soledad. Nadie me esperaba en aquel lugar, salvo todas aquellas imágenes colgando del techo a una distancia suficiente de mis ojos como para que pudiera apreciarlas sin dificultades. Enseguida reconocí la música que estaba sonando: era el Concierto para violoncello y orquesta de Elgar, en la versión inerpretada por Jacqueline du Pré. Este detalle, el de esa música y el de esa versión en concreto, que tanto tiene que ver con cierto momento de mi vida, me bastó para saber que quien había preparado todo aquello me conoce muy bien. Pero no sólo eso: al llegar al final de la estancia reconocí, en un lugar bien visible, y en cierto modo aislado del resto de la escenografía, una fotografía mía de hace más de veinte años. No hace falta que te diga que verme allí, en mitad de todas aquellas personas que dejaron de existir, me heló la sangre. Debí de sufrir un choque, un desmayo, una bajada de tensión, no lo sé con crteza. Lo único que sé es que la visión de ese retrato mío en una época pasada y feliz es lo último que recuerdo de aquella tarde. Cuando desperté, me encontraba en el hospital desde el que te estoy escribiendo esta carta y habían transcurrido más de tres semanas.

Me han despojado de todo. No sé dónde están mis ropas, ni mis objetos personales, ni mi teléfono. Cuando los reclamo, se limitan a sonreír. Me muero de desconsuelo sin mi libreta de notas, necesito escribir más que respirar o comer, pero cuando se lo digo a mis guardianes me dicen que eso deberá decidirlo el médico. Sin embargo, aquí no parece haber ningún médico. De los demás pacientes, apenas he tenido noticia. De vez en cuando oigo voces en la habitación contigua o escucho el sonido de una camilla que se acerca. Hace algunos días coincidí con una mujer en la enfermería, pero tampoco pronunciaba palabra. Por su modo de mirarme cuando le deseé un buen día comprendí en el acto el lugar horrible donde me encuentro: una clínica mental.

Te estoy escribiendo desde uno de los despachos vacíos de las enfermeras, aprovechando la hora en que salen a desayunar (hace días que mi única ocupación es observarlas en silencio). No tengo la menor idea de lo que está ocurriendo, pero la hipótesis que más cuerpo cobra en mi cabeza es la de la venganza: por la razón que sea, alguien a quien otorgamos una identidad falsa, desea hacer lo mismo con nosotros. A mí, al parecer, me ha correspondido la de la loca sin tratamiento posble. Me pregunto cuál será la que ha elegido para ti, querido Daniel.

Si todavía estás en condiciones de leer estas líneas, si no te ha ocurrido nada todavía, como temo, te ruego que hagas cuanto esté en tu mano para sacarme de aquí cuanto antes. No vengas en persona: podría ser demasiado peligroso. Dios, ni siquiera sé qué debo pedirte que hagas. Sólo confío en que a ti se te ocurra algo.

Oigo unos pasos que se acercan. Lo siento, tengo que dejarte. Me han descub