lunes, 9 de julio de 2007

The End

Difuntos Alma y Daniel,

Es para mí un singular placer escribir para dos muertos, porque sé que no podéis responderme. ¡Hay tanto que los vivos tienen que aprender de los que dejaron de existir! La muerte es bella porque lo pone todo en su sitio.
Alma: cuando escribiste a los 12 años este poema que luego tanto te ha desagradado, no imaginabas que los estertores de la muerte no eran sólo una imagen romántica, sino que los vivirías en carne propia mientras yo apretaba este cuello tuyo del que brotaron tantas mentiras. En ese sentido, la coplilla inmunda ha sido un buen epitafio para una larga y cruel historia de amor: la de la muerte con la vida. Me ha costado años de esfuerzos infiltrarme en el sistema sanitario de esta ciudad para ordenar que te encerraran en el momento justo. Ser aceptado entre el personal ya fue más fácil… ¿quién quiere vivir con locos?

Daniel: tu muerte en las mazmorras de Belgrado ha sido una fiesta para los sentidos. Sobre todo porque ha sido mi propio hijo el encargado de atravesarte con uno de esos ganchos donde se cuelgan las reses en los mataderos. Qué tierno. Mi propio hijo recibió el poema de mis manos y luego se lo mandó a Alma para que se insultara a sí misma.

Y ahora a los dos: la caja fuerte de la que hablaba Alma no tiene ninguna importancia ya para vosotros. Sólo contiene el manuscrito con la letra original de Blue Monday, escrita en el reverso de una cajetilla de tabaco durante el entierro de Ian Curtis. La compré en una subasta a precio de oro antes de asesinar al infeliz que encontraron cerca de Bergen. Olmedo sigue vivo ―siempre lo ha estado― y es quien os ha mandado llamar para que acudáis a vuestra cita con la muerte. Hicisteis de mí un ser monstruoso sin pasado ni futuro, un ente instalado en un presente incierto, que vivía para matar a las víctimas elegidas por vosotros mientras os apoderábais de su fortuna. Así, mientras vuestra riqueza crecía y crecía a la par que vuestras excentricidades, mientras vosotros elegíais para vivir irlas volvánicas y hoteles turcos, yo me fui convirtienmdo poco a poco en vuestro criado y sicario personal, conociendo las mazmorras de la vida de un modo que nunca había pensado. Hasta que un día una percusión singular despertó una parte minúscula de mi pasado. Estaba haciendo cola en correos, atendiendo uno de vuestros encargos, cuando un joven impaciente empezó a martillear en el mostrador el inicio de Blue Monday, la canción de New Order. Eran sólo unos golpecitos, pero bastaron para abrir brecha en mi amnesia y vislumbrar lo que había sido mi vida antes de caer en vuestras redes.
Allí comenzó este final vuestro que ahora, por fin, ha dejado escapar su acorde último.
El de mi libertad.
Es también la del horror que nunca más tendrá quien le gobierne.