lunes, 2 de abril de 2007

Mensaje 9

Querida y fría Alma,

Te escribo desde un ordenador desvencijado del Hotel Royal de Belgrado. No te dejes engañar por la pompa del nombre: en realidad es un establecimiento de los años setenta en el más puro realismo socialista. Desde aquí he leído tu misiva, que abre más interrogantes de los que soy capaz de asumir.

Del desgraciado final de Pigariov sólo me consuela pensar que ya estaba condenado de antemano. De hecho, todos lo estamos, pero él ya veía el telón cerca cuando contactaste con él para recabar datos.

«Tu cosa está en París», dices que dijo. ¿Te refieres a la tarjeta de memoria de Mr. Monday? Entonces, ¿qué haces tú en San Petersburgo y qué hago yo en Belgrado? En mi caso, al menos puedo responder a esa segunda pregunta: he venido para la inauguración del taller de Mr. Monday esta medianoche. Un evento que promete ser extraordinario, sobre todo porque quien lo convoca lleva semanas muerto.

Pero no quiero darle ahora vueltas a esto. Sabrás lo sucedido en el próximo mensaje, si tengo la posibilidad de escribirlo. Mientras hago tiempo (son las ocho de la tarde y el bar del hotel ya está lleno de borrachos), voy a describirte el extraño mundo que es Belgrado.

Esta es una ciudad menos gris de lo que me imaginaba, tal vez porque tiene un espléndido parque y porque la «L» que forman el Saba y el Danubio sirve para oxigenar tanto hormigón. Piensa que prácticamente no queda nada antiguo, porque durante la Segunda Guerra Mundial la antigua capital de Yugoslavia quedó como un solar. Recibió el último castigo en 1999, cuando la OTAN bombardeó los edificios oficiales durante 72 días seguidos. Ocho años después, muchos de ellos siguen en ruinas como monumentos a la desidia.

Por lo que he podido ver, pese a todo Belgrado destila energía y juventud. Todavía se nota que fue la capital de una potencia. Esta mañana he estado paseando por el llamado Silicon Valley, una calle de moda donde todas las mujeres tienen tetas de silicona; también por el barrio bohemio y por las barcazas del río, que acogen bares con música francamente desagradable. La estrella local es una tal Ceca, la viuda de un capitoste de la guerra que hoy es la «reina del turbofolk». Dejo la descripción de ese estilo musical a tu imaginación.

Aunque son eslavos, la gente aquí es bastante morena. Los serbios se parecen más a los griegos que a los rusos, para entendernos. Y, como los primeros, tengo la impresión de que son muy hospitalarios. En qué consiste exactamente esa hospitalidad tal vez lo descubra a medianoche en la galería XO (por cierto, no sé qué significarán esas iniciales).

Empiezo a pensar que nunca debería haber abandonado el volcánico refugio de mi isla. ¿Tú también crees que me he precipitado al venir?

Tuyo (por ahora),

Daniel

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